SILOS DE LA ATALAYA


                                                                          
                                                                                                     
Los silos son construcciones subterráneas, excavadas en la horizontalidad del terreno. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la palabra silo, proviene del termino latino sirus, “lugar subterráneo y seco donde se guarda el trigo u otros granos, semillas o forrajes”.  Hay investigaciones que ubican su origen  en la época íbera, en la que se utilizaban para almacenar los excedentes agrícolas. Se localizaban generalmente en lugares elevados y secos, ricos en arcillas, cercanos a sus asentamientos y poblados. En otros estudios se señala su existencia en el periodo romano y musulmán, aludiendo a algunas representaciones grabadas en bajorrelieve, bajo su cimbia o entrada, con figuras geométricas de estrellas o símbolos solares.

Posteriormente, y no se puede precisar en el tiempo, esta construcción tan extraordinaria  en principio utilizada para el almacenaje, se fue transformando en lugar habitable para las personas y sus animales, tras una evolución y adaptación, pasó a convertirse en  vivienda típica de Villacañas, tal y como los conocemos en nuestros días.

En este lugar se han encontrado restos íberos, romanos, visigodos y medievales, sobre todo restos de cerámica o monedas. Pero destaca  especialmente por su importancia etnográfica,  pues en él se  agrupa un magnifico conjunto de silos de campo, también denominados en Villacañas  como quinterías.
 

El silo consta de una rampa de acceso denominada caña, un vestíbulo o pasillo, del que parten otras dependencias como la cocina, los dormitorios, las cuadras y el pajar.  Además tienen un pozo para abastecerse de agua. En muchos  silos de campo se utilizaba como puerta  una trilla vieja. En el pasillo y la cocina se situaban lares para colgar el candil, aperos de labranza y el caldero. En la cocina se encuentra la chimenea, como elemento principal  para calentarse y cocinar, junto a la que  se colocaban tarimas a ambos lados, en las que habitualmente  dormía el mayoral a la derecha y el ayudador a la izquierda, mientras que los muchachos dormían en sacas de paja, en la cuadra o en el pajar. La iluminación y ventilación del  interior del silo se realiza a través de pequeñas luceras o lumbreras, que son agujeros  que conectan  con el exterior.  En el exterior el silo destacan la  chimenea y la cimbia o frontal de entrada. El mantenimiento y cuidado del interior del silo se realizaba encalando las dependencias.  



Los silos del campo  servían como refugio y descanso de labradores, sobre todo ante las inclemencias del tiempo durante las faenas agrícolas, y permitían que los trabajadores no tuviesen que regresar al pueblo. Su ubicación, en los terrenos más alejados a la población,  les permitía  estar más cerca de su lugar de trabajo y favorecía su descanso y el de los animales. Están diseminados por todo el término, pero en este lugar  es dónde se localiza el grupo más numeroso. La  característica más especial y diferenciadora de estos silos, con respecto a los silos urbanos,  es que cuentan con un  gran número de enormes cuadras dotadas de pesebres para los animales. En algunos de ellos cabían hasta veinte mulas.
  
Los labradores o sus gañanes y ayudantes se iban al campo, con las mulas a trabajar las tierras situadas lejos del pueblo, para toda la semana sin regresar a casa hasta el sábado. Esto implicaba  la necesidad de llevar una reserva de alimentos básicos necesarios para abastecerse durante ese tiempo. Lo más habitual era llevar un saco o costal con panes, como elemento principal de alimentación, así como harina de almortas, para hacer  “gachas” y algunas patatas, pimientos, ajos y tomates para realizar el “mojete “ típico guiso de nuestra localidad. 
                                                                                              

Se levantaban al alba para trabajar la tierra y aprovechaban al máximo la luz del día hasta el anochecer. Y, tras finalizar la jornada de duro trabajo, se recogían en los silos para descansar, hasta llegar otro nuevo día, pero antes de irse a dormir solían reunirse para comentar la jornada de trabajo, contar y compartir noticias, anécdotas, bromas y chascarrillos, también para contar historias o entonar canciones típicas. Todo ello creaba importantes lazos y vínculos de amistad entre ellos, de manera que, aunque los silos pertenecían a un propietario, lo habitual era compartirlos con otros vecinos  que lo solicitaban, y era muy frecuente que estuviesen abiertos, para que pudiesen ser utilizados por cualquiera que los necesitase.